¿Quién no pensó, en medio de alguna crisis, irse a pasar una temporada en el campo? Lejos de todo y de todos. Para encontrarse a uno mismo, o para justamente lo contrario, perderse por completo. De esto trata Tanto, la primera novela de la librera, editora y poeta Nurit Kasztelan, editada por Eterna Cadencia. En una charla íntima con Por qué leer, Nurit revela el detrás de escena de su ópera prima.
Una mujer llamada Helena se va a pasar una temporada en el campo para escapar de la abrasiva cotidianidad, sus amenazas y sus fantasmas. Tanto va mostrando los diferentes estados de esta persona en crisis a través de su contacto con la naturaleza. A través de la mente y el cuerpo de esta bioquímica autoexiliada el lector se adentra en algún lugar indefinido de la pampa húmeda argentina.
El campo
El campo es el verdadero protagonista de este libro. Las descripciones, vívidas y sensibles, retratan el cielo y los pastizales, los sonidos de los pájaros y el repiquetear de la lluvia. La naturaleza inunda todo.
–¿Estuviste en el campo para escribir la novela?
-No, eso es lo gracioso, pero cuando la empecé a escribir yo tenía un deseo de irme a vivir al campo. Hay una quinta familiar a 70 km a la que a veces voy, pero no es lo mismo, y no es el campo, la pampa. No hay una soledad profunda ahí.
–¿Por qué querías irte a vivir al campo?
-Un poco para escaparme de la ciudad. Era un deseo muy imaginario, no hubiera sobrevivido. Pero a partir de ese deseo empecé a escribir la novela. También porque quería imaginar cómo sería alguien que se escapa un año en soledad y me parecía que el campo era el lugar idóneo para eso. Lo que más me costó fue encontrar cómo narrar ese día a día de la soledad. Como no fui, tuve que usar muchas imágenes de libros.
-¿De qué libros por ejemplo?
–Una temporada en Tinker Creek de Annie Dillard, todos los de Henry David Thoreau, Un año en los bosques de Sue Hubbell, El naturalista en La Plata de William Hudson, Días de ocio en la Patagonia de Guillermo Enrique Hudson. Te diría que leí aproximadamente cincuenta libros.
Me gustaba tomar escenas o imágenes de gente que fue a lo silvestre. Algunos de los autores que se fueron directamente a vivir al medio de la intemperie me incomodaban, por ejemplo. También tomé imágenes de gente que solo fue a estudiar la naturaleza, y textos teóricos, como La inteligencia de las flores de Maurice Maeterlinck.
Después obtuve una beca para participar en una residencia en Uruguay, en Campo Garzón. Ahí físicamente me trasladé un mes al campo, pero la novela la tenía ya escrita, sabía que iba a salir por Eterna Cadencia, la editora Leonora Djament ya me había hecho sugerencias. De las ciento sesenta páginas, veinte nacieron allí y son bastante contundentes. Estuvo bueno haber vivido la experiencia, pero a la vez siento que no hubiera necesitado vivirla para escribir.
–¿Te acordás de qué parte de la novela son esas veinte páginas?
-Sí, te las podría decir ahora. Por ejemplo los fragmentos que empiezan con “contempla el paisaje cada mancha de luz ese día no hay viento ni nubes es ella la que está intranquila” y “ella nunca había oído un silencio semejante, un silencio tan grande”. Para todas las partes que eran sobre el silencio estuvo buena la residencia, donde podía salir a caminar a las 9 de la noche y que estuviera todo vacío, porque es un pueblo rural en el medio de Uruguay. Las partes que agregué ahí son las más tristes, donde la protagonista está peor. Claramente después de Campo Garzón dije “no viviría en el campo”. Mi personaje se nota que no pertenece ahí tampoco.
–Te acordás mucho de memoria…
-Sí, casi todo.
La memoria
Esta mujer, Helena, que vive una temporada aislada en el mundo en una parcela olvidada de la pampa húmeda, se pregunta si es posible vivir de los recuerdos, o al revés, olvidarse de todo, hacer un reset total.
-¿Cómo surgió este trabajo con los recuerdos, la vivencias pasadas, y su conexión con el presente?
-La memoria es algo que me obsesiona. Cuando se murió mi abuela me pregunté qué recuerdo me quedaría de ella. En el momento queda todo, pero, ¿de acá a cinco años?, ¿a diez?, ¿a quince? ¿Cuáles son los recuerdos que me van a quedar? Lo azaroso de la memoria, por qué selecciona algunos recuerdos y borra otros, siempre me fascinó. ¿Por qué yo me sé de memoria todos mis textos? También por eso soy librera, me sé todos los catálogos de memoria. Es un delirio, en un momento me sabía los precios también, ahora con la inflación es más difícil. Me parece un misterio genial que me interesa explorar en la literatura.
El personaje de una novela sin trama
Para Nurit, que la novela no tenga trama responde a una falencia propia, por ser su primera experiencia como novelista, pero también a un deseo de despojarse de todo accesorio: no dar ningún dato concreto, no terminar de situar la acción en ningún lado concreto, no definir demasiado los bordes de la mujer. Define la novela como etérea, abstracta.
–¿Cuándo nació la novela?
-La idea se me ocurrió en 2018. Tenía escritas cinco carillas que estaban muy concentradas. Tenía el título y el comienzo, que era “le va mal el campo, no sabe qué hacer con tanto verde en los ojos”. Pero estaba todo muy concentrado y era más cíclico, necesitaba diluir y ponerle acciones. Casi que estaba la moraleja de la historia en esas carillas.
–¿Qué moraleja?
-Estaban las reflexiones del personaje sin haber transitado el campo.Tenía la parte de “le gustaría hacer el experimento de mirar el mismo pedazo de cielo y de pasto sin ver que cambia”, pero yo tenía que más o menos mostrar cómo ella miraba lo mismo todos los días. Estaba el deseo del campo, el deseo de lo que le iba a pasar, pero no faltaban las acciones en ese germen.
–¿Cómo era al principio ese personaje?
-Cuando la empecé a escribir no tenía carne, era una cabeza que pensaba. No hay descripción física, no sabés como es ella. Casi que ni le puse nombre, me da gracia que en la contratapa le pongan Helena, pero a mí no me gustaba nombrarla, le digo “ella”.
–¿Puede ser también porque es una manera de acercarla al lector? Ella podría ser cualquiera.
-Sí, por ahí también la gente se identifica más así. Lo que hay es un personaje que pasa por diferentes estados, casi siempre tristes y de crisis.
–¿Vos sabés qué le pasó a ella?
-Sé que la madre no se le murió. Tampoco importa igual. Yo por un lado no quería que se supiera por qué se escapaba. Cuando la editora, Leonora, leyó la primera versión me dijo que quería que se supiera un poco más sobre el porqué de la fuga, entonces le fui armando cosas. No sé muy bien por qué se fue. En un momento empecé a construir hipótesis, pero eran todas inverosímiles, no me cerraban con la historia.
A mí la novela que me interesa no es esa, la que tiene una trama bien clásica. Me importa más el lenguaje que las acciones. Mi búsqueda siempre fue por otro lado. Mi novela es abstracta, es etérea.
–La protagonista tiene un idilio con Japón, ¿de dónde surge?
-Estoy obsesionada con ese país. En 2016 me gané una Beca Formación del Fondo Nacional de las Artes, en ese momento era otra plata, y me pagué un viaje entero a Japón. Para construir la novela no me gustaba tanto la narrativa japonesa, sino lo filosófico de lo japonés, lo despojado, que es todo lo que no soy también: lo zen, lo vacío.
Mi casa está llena de objetos, miniaturas, floreritos, teteras. Japón es todo lo opuesto. También es la obsesión por la belleza, la naturaleza, las plantas. Yo trato de ir a todo lo japonés que hay: si hay una ceremonia de té voy a verla, si hay un museo de arte oriental voy a ver la muestra y voy a ver las charlas sobre el tema, voy a todo. Ese know how de Japón lo puse en la novela para diferenciarme de otras novelas contemporáneas que escriben también del campo. Quería construir una especie de Japón en la pampa húmeda.
Creo que la pregunta que está atrás de la novela es cuánto puede modificarnos un paisaje a nosotros y si nosotros podemos modificar ese paisaje.También la relación entre imaginación y territorio: ¿uno imagina más cuando es todo llano o cuando está todo lleno? Eso me parecía un disparador interesante. A mi me gusta la teoría, tiene un poquito de ensayo la novela.
–Hay algo que no me terminó de cerrar: la parte del vecino.
-Narrativamente me resultaba muy interesante que la novela pareciera de amor y se fuera para otro lado. Porque ella se da cuenta de que tiene que estar sola ahí. Necesitaba silencio y él era ruido. Es la parte que más me costó escribir, porque también me aburren esas cosas cuando las leo.
–Pero no parecía una novela de amor. Me hizo acordar a Un amor de Sara Mesa.
-Cuando le conté a Flor Monfort (editora y librera de Mandrágora) que estaba escribiendo esto, ella me dijo “tenes que leer Un amor, que es parecido”. Yo lo leí recién cuando terminé Tanto, y sí, es muy parecido, pero Un amor se centra solo en la historia de amor y nada más.
-A mí me causó mucha desesperación Un amor, pero no me parece que sea solo de amor, también hay otros elementos que acá no hay, por ejemplo el trabajo, el pueblo.
-Hernán Ronsino, cuando la leyó, me pidió un pueblo y yo no quise. Primero porque había leído varias novelas de este estilo que tenían pueblo; segundo porque me parecía que era más fácil de identificar geográficamente si ponía un pueblo, y yo no quería que se supiera dónde es. Estoy jugando con que podría ser imaginario donde ella fue. Hay algo del realismo al que yo le escapo. Es la pampa pero en un punto podría no serlo. Quería jugar con el artificio. Estoy en contra de tanto realismo, me aburren tantas novelas así.
-¿De qué trabaja esta mujer?
-Esa misma pregunta me la hizo Fernanda García Lago: ¿de qué trabaja? ¿cómo compra la comida? Yo le decía “no me importa de qué trabaja, ¿por qué al lector le importa?” En un momento la novela planteaba que el pueblo estaba a 18 km, pero Fer me cuestionó: “¿Cómo puede ser que vaya caminando 18 km a hacer las compras? No es verosímil. Entonces lo cambié a 5 km.
Y sobre el trabajo, no sé. Es bioquímica, puede haberse tomado una licencia y vivir de sus ahorros. En el campo no hace nada. Hay un libro que se llama La escuela del aburrimiento de Luigi Amara, que se va a un cuarto a ver qué es el aburrimiento. Yo quería ver eso, qué es el aburrimiento. Si no lo hacés radical, no funciona.
¿Vos no lees tantas novelas, no?
No. ¿Se nota mucho?
Las imágenes de esta nota son gentileza de Eterna Cadencia. Fueron tomadas por Catalina Bartolomé.