El libro publicado en 2024 por Enero Editorial es una forma activa de dejar asentado el dolor de la primera persona: un Yo que, mientras habita la angustia, ensaya maneras de mantenerse a flote.
“y si me miro al espejo veo
a la nena de 11 años
que lloraba todos los días
porque la habían cambiado de escuela”.
Es históricamente admirada la manera en que ciertas plantas atraviesan el cemento y se hacen lugar. La vida puja por permanecer y traspasar lo que parece imposible. Así se siente leer a Marina Casas en Experimento no planeado (Enero editorial, 2024). Allí, el Yo, agrietado de muchas formas posibles, afirma que no se rinde y, entre fármacos que ayudan a sobrevivir, no para de buscar las herramientas que tiene para estar mejor. La escritura es una. En la hoja, dice, apoya su desesperación.
El cuerpo dañado espera y no espera: amor, sexo bueno, cuidarse, un abrazo. Pero cuando “perdiste la primera persona”, primero hay que recuperarla. La voz admite: “todo lo que evito destruir / se quiebra adentro”. ¿Se puede seguir con esa certeza? Se sigue, porque el esfuerzo de desatarse prospera. La angustia ya no es refugio seguro, aunque alguna vez lo fue. Y el miedo deja huellas. A veces, siente que puede, pero sabe que esa sensación no es eterna.
El derrumbe se transita como “duelo sin muerto aparente”. Se recuerdan los cuchillos, pero continúa el intento. Una cicatriz tras otra; “la cura / siempre es parcial”. En el proceso, altibajos. ¿Hasta cuándo pujará la vida? ¿Cuánto más soportará la espalda? Si la compañía no va a aceptar los pedazos, mejor seguir sola. Siempre quedará algo que sanar de la propia historia.
En cuanto al libro-objeto, posee aspectos sugerentes. La imagen de tapa, por ejemplo, muestra parte de un cuerpo marcado, roto, de cuyo interior asoman florcitas. Una ilustración dentro refleja plantas y grietas y la parte de los poemas abre y cierra con otra imagen: un fondo negro quebrado con líneas blancas.
El poemario no concluye, más bien pareciera conectar principio y final del proceso. Pero si pensamos el tiempo como espiral, sabemos que no va a ser lo mismo. Después de todo, las marcas quedan como recordatorio. Las flores se asoman, persistentes, entre las ruinas.