Un racconto de experiencias personales que llevan a una persona, Cecilia Bona, a hacerse la primera pregunta básica: ¿qué soy?
Yo quería conducir un programa de radio. Recibir llamadas de chicos que quisieran participar y ganarse un premio. Quería presentar música y “pisarla” hacia el final para recordar las vías de comunicación. Hablar a un micrófono, colgado vaya a saber cómo, igualito a las fotos que había visto. Yo quería atravesar el éter y llegar a los parlantes del mundo. Tenía ocho años y un juego favorito: la radio.
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Es 7 de junio y me despierta un mensaje de mi mamá que nos saluda a mi hermano Juan y a mí por el día del periodista. “No pierdan nunca la pasión por la verdad… ¡búsquenla!”, escribe. Es el primer año desde que estudié el terciario que no registro la fecha. Hace 15 sietesdejunio que me celebro. Pero esta vez se me pasó.
No llego a preguntarme por qué. Me levanto. Preparo el mate. Abro Instagram. Chequeo YouTube. ¿Tengo mails nuevos? Un tuit me distrae y casi hierve el agua. Desayuno. Empieza el día. Soy periodista y eso significa que el trabajo siempre es mucho, diverso y desafiante. Somos eso: malabaristas y monotributistas.
Qué pasó, a quién le ocurrió, cómo fue, cuándo, dónde sucedió, por qué… Vivir tratando de dejar respondidas las 6 preguntas básicas es una costumbre adquirida. Estamos entrenados para que la audiencia reciba información. Producimos noticias con la realidad como materia prima. En la calle nos dan curiosidad cosas que contamos para que las sepan todos. (Por lo menos, así dice la teoría).
Pero… ¿y yo? ¿Qué soy hoy? No me pregunto quién, la cuestión va por otro lado.
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Marzo 2007. Tengo 18. Mi novio de entonces me acompaña de la mano hasta la puerta. Él como un padre que deja al chico en el jardín de infantes. Yo como la hija que llora porque quiere irse a casa. Entré angustiada y con miedo. El vértigo de sentirme a prueba quedó impreso en el espejo del baño. El aula estaba llena y me senté en la primera fila. Tomé apuntes obedientes. Y por los siguientes tres años cumplí cada regla de cada decálogo del buen periodista.
(Ahora soy más flexible, pero conservo ciertas mañas. Nunca salgo sin birome y papel. Construyo mi agenda con prolijidad: nombre, apellido, cargo, quién me pasó el contacto. Leo con ojo crítico. Chequeo las fuentes. Preparo preguntas, pero escucho al entrevistado por si hay que romper el libreto. Leo en voz alta lo que escribo para corroborar que se entiende).
Lo que me quedó claro al recibir mi título de técnica superior fue que todo muy lindo, pero recién se es periodista ejerciendo en un gran medio. Y otra vez la angustia clavada en el esternón: ¿estaría a la altura?
(Ahora me río. Es que existen tantas maneras de ser comunicador que la delimitación es absurda. Así y todo –equipamiento, redes sociales e internet mediante-, en la actualidad sigue siendo esa la presión que siente el egresado).
Otra vez, cumplí los preceptos. Entré al circuito de los mass media. El último orejón del tarro, pero mi recibo de sueldo llevaba el membrete de una marca enorme. Casi a la par conocí la comunicación popular y comunitaria. Desde entonces, y hasta hoy, me propuse (¿o me salió solo?) aprovechar lo aprendido en un lugar para desarrollarme en otro y viceversa.
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7 de junio de 2023. Un mensaje de mi mamá me celebra el día. Escribo, entonces, para ordenarme y responder la primera de las seis preguntas básicas de la profesión. Qué. Qué soy.
Híbrida. Eso soy. Y a mucha honra, porque la capacidad de adaptación que tanto me costó ejercer, me empuja todos los días a remar en aguas nuevas. Las partes reunidas configuran este monstruo de Frankenstein en el que me he convertido cuya forma se parece mucho a la de una periodista.
No obstante, la profesión no alcanza para levantar al monstruo. La chispa que me da vida viene de lejos. Golpea los cristales. Tiene ocho años y quiere conducir un programa de radio.
La foto que ilustra esta nota fue tomada por Sol Avena (@serviciodefoto)