¿Cuántas veces sentiste que un libro te hablaba? Entre la mano que toma el ejemplar y el texto que leen los ojos parece mediar la telepatía. El universo conspira y acá sugirió a Facundo Cabral.
Llegué a Facundo Cabral en el año 2017, cuando me crucé con una de esas frases que las tías suelen compartir en Facebook y que no me pareció tan mala. Casi por instinto quise conocer más a su autor, de quién sólo sabía que había sido asesinado unos años otras por error (¿acaso hay algún asesinato que no sea por error?) en Guatemala. Fue así que una frase me llevó a una canción, la canción a una entrevista, la entrevista a su filosofía de vida y su filosofía de vida, bueno… a querer ser un mejor ser humano.
En YouTube abunda el contenido sobre el artista platense. Quizás lo más destacable sea el reportaje que Joaquín Soler Serrano -responsable también de una de las mejores entrevistas a Julio Cortázar– le hiciera en el año 1978. El artista rondaba entonces los 40 años, momento bisagra en la vida de todo hombre. Facundo Cabral responde cada pregunta con aparente sinceridad, dando apenas indicios de sus posteriores aspiraciones mesiánicas. Hay que entender que con el correr del tiempo los límites entre la realidad y el mito se fueron haciendo más difusos gracias al propio Cabral, quien ha sabido reinventarse a sí mismo y a gran parte de su historia.
Cuando asistimos al cine o al teatro firmamos un pacto tácito en el que nos comprometemos a dar por cierto lo que estamos a punto de presenciar. Nadie lloraría la muerte de Di Caprio en Titanic si estuviésemos recordándonos internamente que sólo se trata de una película. Algo similar ocurre con Cabral: para dejarnos atravesar por su mensaje es indispensable tomar en serio lo que dice y dejar la suspicacia de lado; ya tendremos tiempo para sospechar de la veracidad de algunas de sus anécdotas. Yo elegí (y aún elijo) creer.
Paraíso a la deriva fue publicado por insistencia de Jorge Luis Borges, de quien supo ser amigo. Cabral admiraba profundamente la inteligencia inabarcable del mayor exponente de nuestras letras y supongo que el propio Borges también debió admirar ciertas cosas de Cabral, todas esas que quizás a él le faltaron. El libro es inclasificable; un híbrido que mezcla autobiografía, ficción y una prosa poética sorprendentemente digna. También hay, por supuesto, historias sobre el mundo que tantas veces recorrió, vestigios de personas que lo inspiraron, de quienes fueron sus amigos y también sus maestros. La música -decía él- era apenas una amante, su mujer era la literatura.
Facundo Cabral fue, desde que nos conocimos, un compañero fiel. Estuvo ahí cuando me separé, cuando me volví a enamorar y también cuando me volví a separar. Estuvo durante los años pandémicos y, con menos frecuencia, pero con la misma intensidad, sigue estando al día de hoy. A veces se hace presente en las palabras que heredó de quienes lo precedieron, otras tantas en consejos propios de un padrino excedido de copas en un casamiento. Universal como Whitman, barrial como Troilo.
Cuando aflojó en 2021 el contagio de Covid y las burocracias gubernamentales le permitieron al pueblo volver a viajar no lo dudé ni por un segundo: sabía que debía ir a Tandil, donde hay un modesto monumento que lo recuerda. La estatua está relativamente cerca de la Terminal, junto a un parque poco concurrido. Es pequeña, quizás insípida, nada la protege del sol violento. Encendí un cigarrillo y lo fumé en su compañía. Luego nos despedimos y seguí mi camino. Si algo de todo eso en lo que él creía resultara ser cierto nos encontraremos en la eternidad, donde compartiremos un vino, intercambiaremos historias y, por fin, podré agradecerle por haber hecho algo que muy pocos pueden: tener las palabras justas en el momento en que son más necesarias.