Lo que Pedro Mairal describe como “ficción del yo” en la contratapa de este ejemplar es lo que me llamó inicialmente a devorar este texto. Tuve la sensación desde la primera línea de que su narradora -¿callada?- me estaba contando que no le pasaba nada, como en la vida misma, aunque en realidad me estaba gritando “¡estoy sufriendo todo esto!, pero aún no lo sé”. El lector se da cuenta. Y avanzar en el libro será la forma de ayudarla a asomar de su caparazón.
La tristeza de quien es adulto y se da cuenta de que las cicatrices también se lamen, no solo las heridas. Que lo que se daba por hecho puede ser derribado con la poderosa masa de una pregunta infantil. Así es la primera novela de Ana Navajas, “Estás muy callada hoy” (Rosa Iceberg, 2019).
En “Estás muy callada hoy” la protagonista, una Ana adulta, pierde a su mamá a manos de un cáncer lento y doloroso. El vacío la deja envuelta en silencio y le da las llaves hacia la puerta secreta de su universo silencioso. El mismo que empezó cuando era niña y sus hermanos mayores vaciaron la casa y la dejaron -casi- sola, con dos lagunas llenas de yacarés; cuando le extirparon los gatitos que no paraban de reproducirse. Recuerda el vacío de las siestas en su casa litoraleña, el poco espacio para la conversación con sus padres.
• Mi reseña en video, entre las lecturas de julio.
A medida que la narradora va repasando situaciones que ocurren en la actualidad va resignificando hechos de su infancia y adolescencia, dándole lugar a las preguntas más obvias y menos hechas: qué, por qué, cómo, para qué. Quienes la rodean, incluidos sus hijos, son analizados como así también ciertos conceptos dados por sentado. “En mi familia hay un desdén genético por la búsqueda de la felicidad”, escribe.
Sus expresiones ácidas -subrayaré su poder de hacerme reír en medio de la descripción de un hecho trágico- revisten de poder «Estás muy callada hoy», esta novela que leí rapidísimo admirada por el talento de Navajas y resaltando párrafos donde en lugar de letras observé espejos. Las partes de Ana que en este libro se rearman dan lugar a una reconexión inesperada: la del final con el principio.
Porque la vida es, sin dudas, un mandala y no un camino.
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