La rutina que estructura la vida de las personas suele ser, muchas veces, la culpable de su desguace emocional. Así lo sufre Sándor Lester, el protagonista de la última novela de la autora húngara Agota Kristof.
Hasta 2019 Agota Kristof era desconocida en la Argentina. Esta escritora era húngara y vivió en Suiza hasta 1956. El fracaso de la Revolución Húngara la llevó a exiliarse en Suiza, con tan solo veintiún años, un marido y una hija de cuatro meses. Entre 1986 y 1992 escribió las tres novelas que hoy componen el volúmen de Claus y Lucas (Libros del Asteroide, 2019): El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira. La trilogía la posicionó como uno de los descubrimientos más interesantes de los últimos años. Estas novelas las escribió en francés, idioma que aprendió recién cinco años después de haber llegado a Suiza. Durante esos cinco primeros años Agota Kristof trabajó en una fábrica de relojes, al igual que Sándor Lester, el protagonista de Ayer (Libros del Asteroide, 2021), su última novela, escrita en 1995.
Sándor Lester es un obrero deprimido, cuya vida repetitiva lo oprime y asfixia. Odia tanto su vida que al comienzo del relato intenta suicidarse, sin éxito. Al psiquiatra que lo atiende le resume su historia así: es huérfano de guerra, sus padres murieron en bombardeos, no tiene hermanos y vivió en un horfanato hasta los doce años, cuando se escapó y cruzó la frontera. Sin embargo, esto es mentira.
En las novelas de Agota Kristof la mentira es un elemento fundamental. En Claus y Lucas el mecanismo es complejo: hasta al lector se le hace difícil por momentos discernir entre lo que es verdad y lo que no. En Ayer, en cambio, una novela corta y concisa tan absorbente que puede leerse de un tirón, la premisa es simple: Sándor Lester le miente a la gente, pero nunca al lector. De hecho, Sándor Lester ni siquiera es su verdadero nombre.
En Ayer, así como en Claus y Lucas, no hay nombres de ciudades. Hay un país de origen y un país extranjero. Un país de la lengua madre y un país del exilio. Campos y ciudades. Tabernas que funcionan como lugar de encuentro y consuelo, donde la gente (donde los hombres) van un rato a evadirse de la realidad, una realidad avasallante por su crudeza y su simpleza. Una característica de la narrativa de Agota Kristof es la economía. Su forma de narrar es quirúrgica. No hay nada de más, tampoco nada de menos, cada palabra está calculada milimétricamente, cada escena cumple una función en el engranaje del gran reloj que es el producto final.

Como le pasa en la vida real a millones de personas, la razón principal de la angustia gigante que invade a Sándor Lester es su trabajo. Hace muchos años su rutina es exactamente la misma: se levanta a las cinco de la mañana, se lava, se afeita, se prepara un café, sale, corre hasta la plaza Principal, sube al autobús y pasa por el primer pueblo, luego por el segundo, luego por el tercero y finalmente se baja en el cuarto que es donde está la fábrica en la que trabaja hace diez años: “Yo me encargo de hacer un agujero con mi máquina en una pieza determinada, el mismo agujero en la misma pieza desde hace diez años”, explica. Esa monotonía abrasante se ve interrumpida por la llegada de Line, un amor de la infancia, que lo llevará a diagramar nuevas rutinas, nuevos horarios y trayectos por los pueblos.
En apenas ciento siete páginas Ayer logra mostrar cómo las pequeñas cosas de la vida cotidiana pueden llevar a alguien a volverse loco. Pero no loco de una manera burda y llamativa, sino de una manera subterránea y mucho más inquietante. Incluso cuando esta locura se desata y llega hasta las últimas consecuencias, parece que lo que se está narrando es una secuencia de una compra en el supermercado o un recorrido en colectivo, lo cual genera un efecto de extrañeza del cual cuesta desprenderse una vez cerrado el libro. Ayer es una lectura corta pero no liviana, que apela a los lugares más oscuros del ser humano, pero también los más ineludibles: la soledad, la tristeza, la obsesión.