Nacido en Guatemala y criado entre su país y Estados Unidos, Halfon descubrió la literatura de grande. Su primer contacto con los libros fue tan casual como voraz. Dirá: “Tarde”. Dirá: “Por accidente”. Ediciones Godot publicó recientemente Biblioteca bizarra, su primer libro en la Argentina, y es un compendio de crónicas relacionadas con su construcción como autor. De ingeniero angloparlante a escritor, vida y obra de un cambista.
1981. Eduardo acababa de cumplir 10 años, literalmente, cuando un avión los dejó en La Florida, Estados Unidos. Había soplado las velitas con la casa natal casi desmontada y al día siguiente la familia aterrizaba en el norte de América. “Huimos”, dirá Halfon cuando recuerde ese hecho que enmarcará en “la época más oscura Guatemala”.
Su adaptación a la nueva tierra incluyó reemplazar el español por el inglés por supervivencia. “A esa edad, si quieres amigos, tienes que empezar a hablar su idioma”, receta el autor de El boxeador polaco. Dos preguntas guiarán nuestra charla. La primera: por qué escribe en español si no es su lengua fuerte. La segunda, y en sus palabras textuales: “¿Estamos destinados a ser algo o podemos forjar nuestros propio destino, cambiarlo de alguna manera?”.
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Eduardo Halfon atiende la llamada desde el pueblo de su hermano, al sur de Francia, donde está pasando el verano junto a su pareja y su hijo de tres años. Después de vivir un año en París, viajaron tratando de alejarse del coronavirus (es en ese contexto en el que realizamos la entrevista) y de las grandes urbes.
-¿Es un clima inspirador para tu tarea como escritor o te lo estás tomando como un descanso?
-Se está sintiendo como vacaciones. Quieres estar fuera, el ambiente, el aire es como de fiesta. Pero es más que eso: es el estar aquí con un niño que está fuera del ambiente escolar. Estás de papá… entonces el verano se siente como un verano de padre.
-¿Ejercitás la paciencia o sos más bien inquieto?
-Neurótico diría yo. Es peor que impaciente. La impaciencia llevada por un judío llega a límites neuróticos. Me empieza a picar por trabajar, esa sensación de que tengo algunas ideas, cosas que entregar, volver al trabajo… Eso hace que me limite el placer de la vacación, del viaje. Pero siempre ha sido así. Ese es mi lado de ingeniero que quiere poner orden de alguna manera a esta nueva rutina, a este nuevo mundo.
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Dice que tenía 28 años cuando descubrió “el acto de leer”. Había regresado a Guatemala y, ávido por encontrar respuestas, decidió estudiar Filosofía, carrera que, en su país, se cursa con Letras. “Me enamoré de la literatura y de la ficción”, recuerda Eduardo Halfon. “De ese momento a tener mi primer libro en mano, fue muy rápido”, calcula. Varias hebras de su tejido como lector, se dejan hilvanar en los textos de Biblioteca bizarra, una colección de crónicas que fue escrito a lo largo de 10 años.
“Es mi inauguración en Argentina como autor. He tenido poca distribución allá, a mis libros les ha costado llegar. Ediciones Godot me propuso hacer una edición local, y es muy argentina porque la hemos cambiado un poquito, hemos agregado un texto”, se alegra Halfon.
-En este libro hay una búsqueda de tu parte de contar qué dicen las bibliotecas de nosotros. Mi ejemplar quedó todo subrayado.
-Sí, tenés razón en lo subrayable en algunas partes del libro, especialmente el inicio, el texto que le da el título al libro. Y es que es un texto para lectores o para bibliófilos, para coleccionistas de libros, para aquellos que tenemos nuestra biblioteca en casa y vamos por el mundo viendo las demás bibliotecas. Casi como un fetichismo.
En el libro se ve cómo va cambiando mi interés. El texto homónimo fue uno de los primeros que escribí y era un momento de mi vida, 2008, en el cual yo estaba muy metido todavía en mi reciente descubrimiento de la literatura.
Ahora noto cómo mis intereses y mi propio arco como lector, hombre y padre fue cambiando mientras escribía esas crónicas en los últimos años. Entonces es eso: la década en la vida de un escritor y sus miedos, sus intereses, sus preocupaciones, sus fetiches…
-Te criaste en una casa donde no había libros ni biblioteca y eso también habla de tu familia. ¿Qué te parece que dice?
-Muchísimo. Yo tiendo a describirlo como una infancia sin libros. Nadie leía, o sea, no había ni la noción de libros, no existía el ir a librerías o leernos a nosotros de niños. Yo no recuerdo, mis hermanos tampoco, no hubo eso en nuestra infancia. O sea, yo no pude haber crecido más alejado del mundo literario. Leía libros en el colegio porque nos los asignaban y buscaba el camino de menor resistencia, buscaba algún resumen, que alguien me lo contara, que mi madre me lo leyera, cualquier cosa con tal de no leer.
Yo estaba interesado en deportes, era bueno para matemáticas, ese era mi curso, mi fuerte. Y por ahí me fui, por eso estudié Ingeniería.
-¿A veces fantaseás con qué hubiera pasado si la infancia te hubiera tocado cerca de libros?
-Sí, mucho. Me detengo y digo: “¿Por qué yo que fui criado y educado para ser otra cosa termino en esto?”. Obviamente no hay una respuesta.
Pero cuando empecé a ver para atrás, de pronto encuentro muchos indicios de que sí había algo en mi infancia, sí había momentos que vaticinaban a un lector y a un escritor, pero nadie supo leerlos, nadie supo reconocerlos, nadie les dio importancia y, pues, me fui por otro camino.
Y luego la vida, supongo, se encargó de regresarme o llevarme al camino de los libros y la literatura. No sé cuál de las dos hipótesis sea más apropiada, pero lo pienso muchísimo: ¿estamos destinados a ser algo o podemos forjar nuestros propio destino, cambiarlo de alguna manera?
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-¿Tú sabes qué quiere decir Halfon, mi apellido?
-No.
-Mi abuelo siempre nos dijo, y mi padre lo repite, Halfon viene de una palabra en hebreo que quiere decir cambista, cambista de dinero, banquero. Y yo investigué hace unos años y descubrí que es y no es cierto. La palabra Halfon tiene un origen persa y quiere decir aquel que cambia de vida. O sea, un cambista, sí, pero no un cambista de dinero, como decía mi abuelo libanés, sino aquel que cambia de vida. Entonces, cuando la gente me pregunta por qué decidí a los treinta años cambiar de vida.. ¡pues por mi apellido!
-Estaba escrito.
-Estaba escrito.
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En Estados Unidos el inglés reemplazó al español, “lo empujó hacia abajo”, en palabras de Eduardo. Prefiere leer en inglés y asegura que sus pensamientos también son en ese idioma. Sin embargo, cuando comenzó a escribir, los textos fluyeron en español. Su trabajo consciente es la traducción: la idea se forma en el lenguaje que adquirió lejos de Guatemala, las oraciones se encadenan en el idioma de su casa natal.
-No sé por qué me pasa esto, nunca me lo planteé como pregunta. Creo que una respuesta más sincera es porque mi infancia fue en español. Y el español no quedó como una lengua madre sino como una lengua origen, una lengua iniciática. Sé qué quiero decir en inglés y las palabras salen en español por alguna razón.
-Con tu pareja, tu niño, ¿en qué idioma hablan?
-Esa pregunta es complicada porque ahora estamos en Francia y mi hijo es francófono entonces él me habla en francés. Con mi hermano seguimos hablándonos mucho en inglés o una mezcla de inglés y español, con mi pareja en español porque es de Guatemala… O sea, que depende con quién y depende de qué. Pero no tengo una patria lingüística, o sea, cualquiera de ellas puede ser mi patria. Al igual que no tengo una patria nacional. Puedo ser tan francés como español, como estadounidense, como guatemalteco, como cualquier cosa.
-Cuando ves a tu niño, ¿pensás que le pasará lo mismo que a vos? El Halfon ya está en sus genes…
-Sin dudas, sí. De hecho, él nació en Nebraska, vivió en Guatemala, ahora está en Francia. Imagínate, en tres años ha vivido en no sé cuántas casas. Es trilingüe perfecto. Nació en el inglés, español en casa y ahora el francés. Entonces sí, por supuesto el Halfon continúa. Más que el cambista, el poder adaptarse a cualquier situación nueva. Tiene esa habilidad, yo no sé si la trae o se la hemos ido dando con estas mudanzas. Pero definitivamente me reconozco en él en ese sentido.
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El mostrarse y el esconderse. El juego de los reflejos. Ser y estar. Parecer y ausentarse. “He pasado la máquina de escribir al otro cuarto, donde puedo verme en el espejo mientras escribo”; la cita del novelista estadounidense Henry Miller dando paso a los textos de El boxeador polaco. Nueve historias escritas en primera persona, desde el punto de vista de un personaje llamado Eduardo Halfon.
“Hay un pequeño engaño en mis libros”, advierte poniendo distancia. “La voz que tú has leído no soy yo realmente. Es la voz de un Eduardo Halfon que se parece mucho a mí, que tiene mi biografía y tiene mi vida, le presto mi vida a este señor y luego él habla”.
-¿Cuándo le diste curso a este juego con el lector?
-Este Halfon nace más o menos con la primera edición de El boxeador polaco (2008) y ya surge de una manera muy clara. Somos muy distintos: él es aventurero e intrépido y dice las cosas con más claridad, yo soy mucho más diplomático, él fuma, yo no. Lo que invito a suceder es que la gente crea que ya me conoce.
-Me gusta que la diferencia entre los dos Eduardos sea el fumar o no.
-Me voy a contradecir un poco, pero probablemente mis lectores me conocen mejor que yo mismo porque en la página dejo todo. Ahí está mi sangre, mis miedos, mis debilidades… ahí está todo. Por eso mi manera tan espontánea de escribir: realmente no me mido, no me freno. Entonces, probablemente tú me conoces mejor que yo.
Hay momentos en donde mi voz y su voz, se juntan. Momentos o páginas o textos en donde somos uno de alguna manera. Hablamos al unísono, me gusta decir.
–En el cuento El boxeador polaco contás que tu abuelo abandonó su lengua materna por enojo con Polonia, es decir que sos descendiente de alguien que dejó de usar su idioma por una cuestión de principios.
-Más que principios: el polaco para mi abuelo era la lengua de los traidores. O sea, sus compatriotas polacos lo traicionaron, lo entregaron a los alemanes. Entonces, yo recuerdo, él te hablaba alemán, pero no polaco. Después del trauma de perder a sus padres, de perder a sus hermanos, de vivir seis años en campos de concentración, cortó el polaco.
Nunca volvió a Polonia, nunca quiso regresar a Łódź, a la ciudad de su infancia, ir a buscar la tumba de su hermano menor (que luego yo encontré), de ver qué pasó, qué rescataba. Cortó esa parte de su vida en general, no sólo con el lenguaje sino esa parte de su identidad. Algo muy fuerte.
-¿Podés encontrar ahí el origen de tu interés por el lenguaje o lo que te terminó pasando a vos con tus lenguas?
-Creo que mi abuelo no lo miraría así, para mi abuelo fue algo muy directo. Para mí el lenguaje es algo fundamental, es mi oficio. ¿Por qué hablamos la lengua que hablamos en el momento que la hablamos? ¿Cómo expresarse sin expresarse? ¿Por qué dejar de expresarse?
El boxeador polaco no es un cuento sobre el Holocausto ni sobre un boxeador. Es un cuento sobre el poder salvador del lenguaje. Mi acto de escribir es casi un acto de reflexión sobre el lenguaje por momentos. Creo que más viene de mi mezcla de lenguas, crecer no teniendo una lengua claramente mía y mi entrada tardía a la literatura. Creo que eso también tiene mucho que ver con buscar mis formas de expresión, mis lenguajes personales.
-Si se supone que nosotros somos lo que nuestras raíces, ¿qué pensás que hay de Guatemala en tus textos?
-Un rechazo y una búsqueda al mismo tiempo. Tiendo a tener una relación con Guatemala muy similar a la que tengo con el judaísmo, y es que los rechazo y los busco a la vez. Es una cosa muy extraña. Me ubico lejos de Guatemala, pero constantemente en mis textos voy allá, empiezo en Guatemala y busco pistas ahí.
Soy muy poco guatemalteco en el sentido de que no crecí ahí, no vivo ahí. Soy de una familia judía que no tiene nada que ver con un país eminentemente católico en un entonces, cristiano ahora. Todas las fiestas, todas las costumbres eran católicas cuando yo era niño. Y eso no se celebraba en casa, entonces ya creces afuera de un país estando adentro. La analogía que tiendo a usar es que me era permitido ver el partido pero no jugar. Esta permanente extranjería es algo que llevo desde niño.