La escritora chilena Nona Fernández estuvo en Buenos Aires en el marco de la Feria del Libro. Antes de cruzar la cordillera habló en exclusiva con Por qué leer de la relación entre lo que escribe y la historia política de Chile y recordó el detrás de escena de sus novelas Mapocho y Chilean Electric.
Hace varios años, en preparación para la Feria del Libro de Guadalajara, México, a Nona Fernández le pidieron que escribiera algo breve sobre ella. El resultado: “Chilena incómoda y a ratos rabiosa”. Estamos en 2023 y se sigue identificando de esa manera. “Tiene que ver con todos los sucesos que estamos viviendo y que hemos vivido durante mucho tiempo en el país. Estamos en un momento difícil”, dice la escritora que vivió su infancia y adolescencia durante la dictadura de Agusto Pinochet.
Ser una escritora chilena
El periodismo y la crítica la incluyen en la corriente de “literatura de los hijos”, donde también están Alejandro Zambra y Lina Meruane. Pero a Nona Fernández le incomodan los rótulos y los límites. Sin embargo, reconoce que su escritura circula por “el lugar de las historias que recogimos aquellos que no fuimos los protagonistas, sino que estábamos observando y nos quedamos llenos de dudas”. “Ahí uno empieza a tejer un cuento o una historia como para poder intentar entender esas preguntas que quedaron”, explica.
-¿A qué te referís cuando decís “un cuento”?
-Organizar una historia que finalmente nadie terminó relatando. Que probablemente es muy difícil de contar. Uno requiere ciertos relatos y a veces también los inventa. Ahí donde encontramos hoyos negros en la historia, donde no hay respuestas, la imaginación nos ayuda a articular algo que nos pueda sostener. Cuento como organización de materiales y como una ficción que nos puede ayudar.
Intentar reconstruir su propia narración, la de infancia y juventud, llena de agujeros y trunques. Una historia plagada de violencia política, represión y muerte. Una dictadura que duró de 1973 a 1990 y fue seguida por una democracia de la concertación que pactó bastante con esa dictadura. Frente a esto: la literatura. ¿Pero cómo?
“Yo no tengo imaginación”, dice siempre Nona. Todas sus ficciones parten de algo real: de una foto, un recuerdo, un testimonio. “Este ejercicio de estar trabajando materiales del pasado que una rozó y observó sirve para reconfigurar aquello que ocurrió y no entendiste, porque nadie lo explicó. Evidentemente hay algo que no se hizo bien en Chile en términos de verdad, justicia, restauración y memoria. En años de concertación, en ánimos de tener la fiesta en paz, fue permitido sentarnos todos en la misma mesa. Y yo creo que hay temas sobre los que no podemos sentarnos en el mismo lugar”.
-¿Qué sitio ocupa, entonces, la literatura que se está haciendo en Chile?
-El trabajo que ha hecho la literatura es el de metabolizar estas realidades para poder observarlas desde un lugar que no es el diario, que no es la información mediática (tan sospechosa, siempre tan dirigida). La literatura tiene la posibilidad de entregarnos la sombra de los espacios y de los procesos, mostrarnos aquello que nadie ve, que nadie quiere ver. Arma un tejido histórico y de sentido que un libro de historia o un museo nunca van a entregar. Porque son materiales que no están clausurados. La literatura que a mí me gusta es la que abre espacios de inquietud, de abismo, de sentido.
Mapocho y Chilean Electric: explorando Santiago de Chile
La primera novela de Nona fue Mapocho, escrita en 2002 y reeditada por Eterna Cadencia en 2019. En el epílogo de esta reedición, la escritora cuenta que el libro nació tras haber encontrado una foto de tres cadáveres tirados en el río Mapocho, el que atraviesa su ciudad.
-¿Qué fue exactamente lo que te interpeló de esa foto?
-Era de un sector del río muy cercano a un puente que yo siempre cruzaba, muy céntrico. Separa un lugar de mucho “carrete” (fiesta) del resto de la ciudad. Se trataba de un sector que en mi adolescencia y juventud transité mucho para ir a pasarlo bien. Y de pronto veo esa foto, cuando ya soy una mujer más grande: tres cadáveres bajo ese puente. Fue un relámpago. Por qué, si es mi puente, es mi espacio, el patio de mi casa, me preguntaba. Quise investigar quiénes eran esos cadáveres. No conseguí nada, no tenía cómo investigar. Pero eso se transformó en una ficción.
Durante la indagación empecé a observar la cantidad de muertos que se había llevado esa agua, no solamente durante la dictadura sino a lo largo de toda la historia. El libro Mapocho es un poco un río que lleva la voz de algunos muertos que han cruzado la historia de Chile.
El caso de la novela Chilean Electric, publicada en 2015, fue parecido. Nona quería escribir un libro de crónicas sobre Santiago de Chile y para referirse a la Plaza de Armas partió de un recuerdo que le contaba siempre su abuela y que resultó ser falso. “Ahí el libro cobró otro sentido, tomó otro rumbo. Empecé a entender los recuerdos como esos chispazos, cortocircuitos, que muchas veces no tienen relación unos con otros, pero que si uno los pone en diálogo, no tienen significado, hacen puro sentido”, explica la escritora.
-¿Cómo pensaste la estructura fragmentaria de Chilean Electric?
–A mí me gusta mucho cuando un material te empieza a pedir una forma y en Chilean el fragmento para mí es fundamental. He encontrado ahí una metáfora de cómo es el recuerdo: no lineal, sino loco. Este fragmento y este otro reverberan y lo que hay entre medio son chispas de luz. No es el progreso, no es la luz que te ilumina todo y deja ver.
En el libro está circulando todo el rato el sentido por la luz y la oscuridad, por el recuerdo y el olvido, por el progreso y lo que no progresó, lo que dejamos a la luz o a la sombra. Los recuerdos y la memoria son lucecitas pequeñas, relámpagos que irrumpen sin que tú lo esperes. Cuando hay dos relámpagos juntos se los puede hacer dialogar también. Un poco por eso también surge la idea de fragmento en este texto.
Trabajando con la realidad
La foto que deviene Mapocho, el recuerdo que da vida a Chilean Electric: a partir de materialidades de la realidad, Nona investiga, hurga y compone una ficción.
-¿Cuál es tu relación con los materiales de tu vida personal que luego se vuelven material de investigación para tus libros?
-Siempre me preguntan si formo parte de la literatura selfie o literatura del yo, y respondo que no. Pero después pienso: es mi abuela, es mi puente, soy yo. Sin embargo, siento que desaparezco un poco, que lo que prima en mis libros es lo que estoy viendo, no lo que yo he sido, o lo que soy, o cómo me enfrento a los hechos. Chilean Electric es un libro sobre la llegada de la luz, sobre mi abuela y sus recuerdos. Por supuesto soy un caronte que va conduciendo el barco, pero no siento que sean libros sobre mí. Lo más importante es lo que esos materiales están diciendo.
-Como si fueras una médium para canalizar aquello que el material quiere contar.
-Exacto. Sería muy tramposo decir que uno se suspende completamente, porque es imposible. Pero es ponerse más al servicio.
Cada vez mis libros son menos ficción, más realidad. Lo que sí es que yo la organizo. Voy construyendo, organizando como un DJ esas construcciones. Uno va desarrollando un punto de vista con los archivos, no antes de ellos. Eso es precioso.
-Un proceso totalmente imbricado con la fragmentariedad.
-Claro. Cuando estás trabajando con un material de pronto pasa aquí al lado una cosa que no tiene nada que ver con eso, pero para tí sí. Entonces se genera el cortocircuito y empiezas a hacer dialogar esas dos imágenes. Yo creo que esa es la literatura. Ahí donde entro en un espacio donde lo que yo puedo decir es único. Porque capaz tú dices algo completamente distinto o ni siquiera te interesan esas imágenes.
-Y ese material, que es real, ¿puede ser cualquier cosa?
-Creo que un archivo puede ser cualquier cosa, pero lo importante es que te despierte el deseo, la inquietud. Yo partí de esa foto del Mapocho y no encontré nada, pero me llevó a otras fotos y lugares. Hay un camino que la investigación comienza a desarrollar, muy azaroso, muy loco. El azar te va alimentando.
Muchas veces me pasa que cuando voy a entrevistar a alguien ya ni siquiera me preparo. Sé quién es la persona y formulo dos preguntas que son para instaurar la conversación. La persona se pone a hablar y yo escucho.
La dirección para volver al origen
-¿Encontrás algún hilo que conecte tus obras? Entre Mapocho y Chilean Electric yo veo la imagen del ombligo.
Mi abuela no tenía ombligo. Cuando he trabajado el libro en charlas o clubes de lectura, me encuentro con que hay mucha gente que no tiene ombligo, que fue operada. Las mujeres me lo dicen como en secreto: “¿sabes que yo tampoco tengo ombligo?” Es una cosa muy linda.
Independiente de la imagen, que es curiosa, yo creo que el hilo que conecta mis obras tiene que ver con el origen. Tanto Mapocho como Chilean son libros que intentan ir atrás en búsqueda de un origen, de un origen como ciudad. Libros que rondan la pregunta de la identidad de una comunidad, de un espacio, de una sociedad. Todavía me pregunto: ¿qué somos los chilenos? O no sé si los chilenos, los santiaguinos.
Después de los cortocircuitos mi literatura empieza a visitar el desierto, el espacio, las estrellas como una imagen del pasado y como reflejo de nosotros mismos. Últimamente empiezo a volver a los escombros, a las ruinas. Interrogo los fragmentos de ese rompecabezas, esas ruinas y despojos, eso que desechamos.