A caballo entre varios lugares del mundo, pero hoy en Buenos Aires, Liliana Villanueva publicó en abril Viento del Este (Blatt & Ríos, 2023), un libro sobre su travesía por China en 2018. A solas con Por qué leer, la discípula de Hebe Uhart reflexiona sobre qué es para ella la escritura de viaje y recuerda sus inicios como cronista.
“Cuando vos viajás, de alguna manera sos especial para los otros, e incluso para vos misma”, dice Liliana, con un brillo en los ojos, mientras el tren pasa por la estación de Belgrano R, su barrio actual en CABA. Nómade por naturaleza, nunca deja de moverse, aunque sólo convierte en escritura sus travesías más extensas: “Es muy raro que haga un viaje corto y lo escriba”.
-¿Qué sería un viaje corto?
-Fui a un encuentro literario en Córdoba, por ejemplo, pero después de la pandemia no me fui muy lejos. Igual yo viajo todavía a Montevideo, Uruguay, donde viví, porque tengo la mitad de mis libros ahí.
-Viviste en Berlín mucho tiempo también. ¿Todavía vas?
-Ya no tengo tantas cosas en Berlín. Mi hijo me trajo mi valijita berlinesa con los libros.
-¿Tenés cosas en otros lugares?
-En África, todavía. Y me molesta muchísimo, quiero tener las cosas juntas. Es como que no decido dónde me voy a quedar.
Moscú, Berlín, Montevideo, África: Liliana viajó, vio y escribió. Arquitecta de la UBA, desarrolló velozmente su carrera en Europa hasta que paró y decidió dedicarse a la escritura. “Fui cambiando muchas veces de países e hice carreras muy aceleradas. En Alemania primero vivía con mi pareja en Hamburgo y después me fui sola a Berlín. Estaba probando, y de repente todo se abría. A diferencia de la gente que cuando le va bien decide quedarse e insistir en lo mismo, por alguna razón yo hacía las valijas y me iba a otro lugar”, relata.
Se inició en la crónica periodística siendo corresponsal en una agencia de noticias alemana. Con el carnet de periodista todo cambió. “Podía ir y decir ‘¿puedo hacer una pregunta?’. Te podían responder sí o no, pero se te abrían las puertas. Eso era ser periodista para mí: que se me abrieran las puertas, y también escribir sin yo”, recuerda.
–Sombras rusas, Otoño alemán, Viento del Este: ¿tus libros son crónicas?
Viento del Este no es crónica, yo lo veo como un juego de formas narrativas del viaje: tiene un poco de crónica, instrucciones como la de la bota (que es un juego con Julio Cortázar), diario, cosas más literarias. Me tomé muchas libertades. Llené cuadernos inmensos, llegué a las quinientas páginas.
Hay otro libro de China, que todavía no se publica, sobre el segundo viaje. Me fui de la crónica porque sentía que era limitante y que todo el mundo se repetía. Yo no quería repetirme, sobre todo cuando trabajás un libro donde hay una continuidad.
Sombras rusas, antes de convertirse en la versión que se publicó, era un conjunto de crónicas periodísticas. Alguien me dijo “okay, están bien, pero no se entiende qué estás haciendo ahí, cómo llegaste a Rusia”. Entonces, al explicar qué estaba haciendo ahí, vino la cuestión personal que al principio me molestaba, pero después me di cuenta de que no hay manera. Y se hizo otro libro. Me fui del no-yo, de la crónica periodística. Si no, iba a estar escribiendo como una periodista que estuvo en Rusia y nadie sabe exactamente por qué.
Si me voy a China tengo que contar por qué lo hice: porque mi hijo estaba en China. Hacía nueve meses que no lo veía y tenía que verlo. Y se abrió una cosa increíble. Me doy cuenta de que cuanto más escribo el viaje, más aparece lo personal, más me alejo de lo periodístico. Creo que tiene que ver con el trabajo literario dentro de la crónica.
Reseña: Viento del Este de Liliana Villanueva
-¿Cuál es el papel del “yo” en la escritura de viaje?
-Vos podes escribir desde tu yo perfectamente, pero para mí no es escritura de viaje, es escritura del yo que se va de viaje. La escritura de viaje es personal pero no egoísta, el yo no tiene que tapar todo, no es selfie. Hay una primera frase magistral del periodista Riszard Kapuscinski en su libro Ébano, donde describe llegar a África diciendo cosas como “lo primero que llama la atención es la luz, todo está inundado de luz”; “tan solo ayer un Londres otoñal bañado en lluvia, y de repente, la luz. Todo está inundado de luz. Nosotros estamos inundados de luz”. No hay ningún yo, y llega al nosotros. Es fascinante.
Hay mucha gente que escribe el viaje así: “Llegamos a la mañana, estábamos muy cansados, el Aeropuerto se llama tal, en Ciudad de México, cruzamos el freeshop, nos dieron un cosito de tequila”. Eso le pasa a todo el mundo exactamente igual. Pero en Ébano no hay un yo en ninguna parte de la primera página.
-Vos decías en otra entrevista que la primera persona de la crónica de viaje está levemente desfasada.
-Por lo general, siempre hay un desfasaje en el momento de vivir el viaje y la escritura, por más que lleves un diario, siempre se escribe en algún momento particular del día, no mientras lo estás viviendo. O vivís o escribís. Por lo general se hace a la noche: en la tienda, en la montaña, o cuando llegas al hotel y anotás lo que te pasó durante el día, ahí está el desfasaje.
Están los pasos al costado del yo y unos ciertos pasos hacia atrás para ver lo que pasó, para ver el espacio y para verte a vos misma dentro, en ese escenario que vos misma te creás, que sucedió en algún momento, pero ahora re-creás. Yo veo la escritura como una construcción. Me han dicho muchas personas que cuando leen lo que escribo, lo ven. Como si hubieran viajado.
-¿Qué es viajar? ¿Es necesario irse lejos para hacerlo?
-Viaje es movimiento. Puede ser redescubrir tu barrio, eso sería una crónica urbana. Ponele que naciste acá, te encanta este bar, no tenés ganas de viajar o no tenes plata y decís “bueno, voy a recorrer el barrio con otros ojos”. Vos podés viajar a un lugar lejano y escribirlo, pero si no saliste de tu cabeza no es escritura de viaje.
El viaje es un desafío a la identidad: sos vos, pero sos distinta. Es como aprender un idioma nuevo. Un viaje implica cierta transformación: si no te transforma, es un informe de un lugar, seguís siendo un turista y los turistas no escriben, o escriben, pero ¿a quién le interesa? ¿A quién le interesa lo que ya está escrito en la guía de viaje? Xavier de Maistre es un francés que durante no sé qué guerra metió la pata y tuvo que estar cuarenta y siete días encerrado en una habitación. Escribió un libro de viaje que es fascinante: Viaje alrededor de mi habitación. Describió todos los detalles de ese cuarto, es hermoso, el viaje quieto.
-¿Qué actitud te parece indispensable para escribir?
Hay una frase muy linda de Hebe Uhart, que no está en el libro Las clases. Dice: “Yo no creo en los textos perfectos. A mí lo que me interesa son los textos que me emocionan”. Pero para ponerte a escribir tenés que esperar a desapasionarte. Debe haber un desdoblamiento, un extrañamiento. La emoción puede venir, pero vos no podés escribir con ella, hay que re-construirla en el texto, es algo a lo que hay que llegar. La escritura es trabajo, es esfuerzo, es encontrar las palabras para re-crear esa emoción.
Cito también al gran viajero suizo, Nicolas Bouvier: “No conozco textos perfectos pero sí conozco textos que me emocionan tanto que en los momentos depresivos los copio a mano”.
El viaje es un regalo de extrañamiento, porque todo es extraño: el aire, el idioma, la gente, vos. Eso es fascinante, pero tenés que entregarte. Yo quiero ver el espacio, quiero verte en la sombra, quiero que me lo muestres con tus palabras, quiero que me digas qué te pasó a vos ahí. La emoción es eso.
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