Nunca se sabe qué será lo que nos ayude a hacer un click a procesos de nuestra vida. A veces, como en el caso que cuenta acá Dylan, resulta ser un libro.
No soy muy amigo de las autobiografías. Salvo honrosas excepciones, por lo general el autor cuenta con una obvia justificación para alterar la realidad a su conveniencia o para omitir detalles que quizás no lo benefician tanto. La autobiografía es a los géneros literarios lo que la respuesta “soy muy perfeccionista” es a la siempre incómoda pregunta sobre los defectos en las entrevistas laborales.
Comencé a interiorizarme en la obra musical de Bruce Springsteen siguiendo el camino que había iniciado años atrás con Bob Dylan y Johnny Cash. Casualmente, las autobiografías de ellos dos no llegaron a complacerme del todo por distintos motivos. Crónicas, de Dylan, me pareció narrativamente excelente, aunque un tanto superficial; es sabido lo reacio que es el gran profeta del rock a compartir su intimidad. Cash, por su parte, me aburrió por momentos, pese a lo magnética que fue la vida del músico que tan bien interpretó Joaquin Phoenix basándose en aquellos mismos escritos.
Cuando Bruce Springsteen lanzó su libro -oportunamente acompañado por un disco de Grandes Éxitos- los medios de comunicación de todo el mundo enfatizaron que por primera vez el artista hablaba abiertamente sobre la depresión que lo había acompañado durante décadas. En aquel entonces me pareció injusto que el impacto de un tipo que supo marcar a millones de personas se redujera a una revelación sobre su salud mental. Sin embargo, debo confesar que un escalofrío me recorrió la espalda cuando leí la razón por la que sus míticos recitales se extendían durante tantas horas: el artista quería cansarse a tal punto que su propia cabeza dejase de impedirle el acto de dormir.
Born to Run me atrapó desde el comienzo, quizás en uno de esos párrafos iniciales en los que Springsteen rememora su infancia mirando lucha libre. Con el correr de las páginas compartí con “El Jefe” sus aventuras en la carretera, su vínculo indeleble con la legendaria E Street Band, sus amores y desamores y, fundamentalmente, el modo en el que un joven de los suburbios logró convertirse en la voz de varias generaciones.
El descubrimiento temprano de la lírica de Bob Dylan me abrió la puerta a un mundo que hasta entonces desconocía. A él le robé mi seudónimo, del mismo modo en que él se lo robase a Dylan Thomas. Más pronto que tarde contaré por qué leí su autobiografía. Por el contrario, haber leído a Springsteen no tuvo un porqué sino un para qué: Born to Run es una oda al espíritu humano, la prueba irrefutable del poder de la voluntad por sobre cualquier impedimento (interno o externo), el coming-of-age definitivo. Después de esta lectura sentí la necesidad de abandonar varias de las excusas que por costumbre utilizaba ante cualquier nuevo desafío. Dicho de otro modo, comencé a hacerme cargo. Espérenme unos años, Dylan y Springsteen, yo también seré un escritor.